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Después de cuatro años, regresa una nueva edición del evento futbolero más grande del mundo: la Copa Mundial de la FIFA, cuya anfitrión este año es Qatar. El Mundial de Qatar es el rey de los primeros. Es el primer torneo en celebrarse en Medio Oriente, el primer espectáculo mundial abierto al público en la era post-Covid y, a diferencia de otras copas del mundo, es el primero en donde todos los juegos se realizarán dentro de las 31 millas que rodean a la ciudad de Doha, su capital.
Qatar también es el país más pequeño en ser sede de la Copa del Mundo, lo que generó preocupaciones por su capacidad para albergar a más de un millón de fanáticos provenientes de todo el mundo, es decir, un tercio de la población total actual del país.
Para hacer frente a dicha incertidumbre, y ser considerado un candidato plausible, Qatar lanzó un mega proyecto de desarrollo en 2008, denominado Visión Nacional de Qatar 2030, que incluyó importantes inversiones en infraestructura, específicamente en hoteles, carreteras, estadios, puertos, aeropuertos e incluso la construcción de un nuevo desarrollo inmobiliario en Doha.
Todo lo anterior, le valió salir victorioso y obtener la sede en 2010. Específicamente para la Copa del Mundo, ocho estadios auspician el evento, siete de nueva creación y uno completamente reacondicionado. Aunado a lo anterior, se construyeron nuevos hoteles y se amplío la oferta de transporte y comercio, con un nuevo sistema de metro, un nuevo puerto de embarque y la ampliación del aeropuerto principal.
Además, al norte del centro de Doha se construyó Lusail, un megadesarrollo inmobiliario que planea servir de hogar para 200 mil personas. Lusail incluyó en sus planos un centro urbano, un archipiélago artificial y el estadio de Lusail, donde la final del Mundial tendrá lugar.
El gobierno qatarí ha repetido en numerosas ocasiones que el mega proyecto de desarrollo ya se encontraba en sus planes, por lo que la Copa del Mundo no hizo más que adelantar el mismo. La apuesta de las autoridades y su interés para servir de sede del Mundial está en la esperanza detonar la economía no energética del país, a través de la creación de lazos comerciales y el impulso al turismo. Sin embargo, no se cuenta con un plan firme sobre qué harán con toda esa nueva infraestructura una vez que la afición mundialista abandone el país.
Esta situación me recuerda la advertencia que Julio Franco realiza en su libro, El País de los Elefantes Blancos, en donde establece que:
(…) los elefantes blancos más icónicos del mundo están relacionados con eventos y festividades. (…) hay una gran cantidad de estudios sobre megaproyectos relacionados con eventos deportivos como las Olimpiadas, que no tienen un uso después de éstos. Aun así, se siguen cometiendo los mismos errores. (Franco Corzo, El País de los Elefantes Blancos: Lecciones valiosas para prevenir desastres gubernamentales, 2021)
Como ejemplo, Julio Franco utiliza el caso de Atenas:
(…) en 2004, Atenas fue sede por dos semanas de las Olimpiadas y para ello se construyó infraestructura deportiva imponente con recursos públicos, con un costo de $4,900 millones de euros (…) Actualmente, el único edificio que se usa es el estadio principal. (Franco Corzo, El País de los Elefantes Blancos: Lecciones valiosas para prevenir desastres gubernamentales, 2021)
De acuerdo con Franco Corzo, el problema central de la construcción de infraestructura para eventos, es que no resuelven un problema prioritario o estratégico de la población, lo que de hace que “una vez que el gran evento concluye, pierdan su razón de ser, a un costo muy alto para la ciudadanía”. Además, los costos de mantenimiento convierten a estas obras en pesados lastres para la economía de un país.
(…) los gobiernos nacionales deberían (…) efectuar una adecuada planeación que asegure el uso a posteriori de la infraestructura construida, que esté contemplado en los costos iniciales, con el objetivo de que no se conviertan en proyectos fallidos.
Además, las administraciones deben pensar en todos los usos alternativos que se le podría dar a estos recursos, de no invertirlos en un evento como este. (Franco Corzo, Juegos Olímpicos: el ego político que deja a los países sedes con elefantes blancos, 2021)<
Se estima que más de 220 mil millones de dólares fueron invertidos en el megaproyecto de desarrollo para hacer posible la Copa Mundial en Qatar, que tendrá una duración de apenas cuatro semanas. Esto la coloca como la Copa Mundial más cara de la historia. El récord previo lo sostenía Brasil, sede en 2014, con un gasto menor a 15 mil millones. (Sullivan, 2022)
De los ocho estadios existe evidencia que el Estadio 974 fue construido a partir de contenedores marítimos reciclados y está pensando, desde el inicio, para ser desmantelado posterior al evento (McKinnon, 2021). En total, de los ocho estadios, tres continuarán auspiciando juegos y los otros cincos serán desmantelados, reconvertidos para servir a propósitos alternativos o sus capacidades serán significativamente reducidas (Sullivan, 2022). Con ello, pretenden romper el ciclo de elefantes blancos que han dejado a su paso las recientes Copas del Mundo en los diferentes países sede.
Sin embargo, como expresó el director de Economía Circular de la Environmental Action Germany, Phillipp Sommer, es necesario preguntarse “si es realmente necesario construir un estadio con un solo propósito o uso” (McKinnon, 2021). De acuerdo con la definición de Franco Corzo:
Un elefante blanco es una obra de infraestructura con alguna de estas tres características: 1) tiene mayores costos que beneficios sociales, 2) no resuelve el problema público para la que fue creada o 3) está inconclusa, en desuso o subutilizada (Franco Corzo, El País de los Elefantes Blancos: Lecciones valiosas para prevenir desastres gubernamentales, 2021).
El tiempo dirá querido #evaluaholic si el megaproyecto de desarrollo denominado Visión Nacional de Qatar 2030, rindió los frutos esperados o si se convirtió, como tantos otros países sede, en un semillero de elefantes blancos.
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